El crepúsculo otra vez cetrino, ahogo un alarido desvencijado que brotaba probablemente de las alcantarillas. El alma escurre lacrimosa su organismo, como si de algún modo se desintegrara suavemente la inmortalidad viperina que luce de este evento. Aquel robusto personaje desarrollo su trama bajo la intemperie de la epidemia, de la simpleza gestada en la hondura más glacial. Sus ojos apenas delineados por la tragedia sobrevolaron a la lujuria alternativa y disecada, temblaron mis piernas y el miembro se endureció en el anonimato. El poderoso líquido escarlata corrompió el éxtasis, se lleno de un dulce aroma sexual.
Las poderosas extremidades de ciertos arboles se extienden completos. La vestimenta pliega sus innumerables miembros con los mejores pasos de danza. Un festín de música encriptada. El cielo es parte de su centro. Los breves bosques circulan bajo estigmas migratorios, es una prosa demasiado esculpida. El pequeño objeto debilitado, bosquejo de un camino que se hacía incertidumbre. El cuerpo acumulo realidades fatigadas. El sendero se hizo pesado. El sol de medio día, como nunca me embriago de vacío. En el inerte cosmos, una explosión disminuida brota del pene, recordando con sapiencia el choque utópico donde un muerto sacio mi perversión.
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